Si somos pequeños, queremos ser grades, y cuando se supone que estamos en el límite que separa la infancia de la madurez, somos una mezcla extraña de inmadurez y libertad, llegan los
Y sin pararse a pensarlo nunca, de los 18 se va pasando rápidamente a los 20, de los 20 en adelante en un suspiro, y más tarde o más temprano se empieza a recapitular, a echar mano a todo lo que se ha hecho, de cómo han cambiado nuestras ideas y formas de ver las cosas, de lo que pudieran haber sido las cosas si hubiésemos seguido con los mismos esquemas de antes, todo lo que hemos conseguido y lo que no, y del tiempo que calculamos que nos queda más o menos para hacer todo lo demás.

Normalmente la ecuación sale negativa en cosas y logros, y positiva en años que han pasado. (En otros casos puede que no, pero son minoría).
Y esto se produce por dos motivos:
1.- Somos inconformistas con casi todo, da igual que tengamos trabajo y casa, querremos un trabajo mejor y una casa más grande o propia, etc.
2.- Si en vez de subirnos a un autobús, por ejemplo, y sentarnos y abandonarnos hasta nuestra parada, fuésemos viviendo, mirando lo que vemos, escuchando lo que oímos, el tiempo se nos alargaría mucho más .
Si fuésemos capaces de vivir intensamente, y con esto no me refiero a una noche de borrachera de fin de semana, si no a tener todos los "sentidos" despiertos, captando lo máximo de todo, observando lo que sucede a nuestro alrededor y no sólo dejándose llevar por el momento, correría por nuestras venas la vida, y no la sensación de que tenemos un combustible interno que nos hace ir de aquí para allá como medio zombis.
Tiempo no vuelve, pero con un poquito de interés, no pasa tan rápido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario