
Los separa un cristal desde que se conocen, y sus olores no se han mezclado nunca, ni sus manos, sólo se mezclan sus imágenes en los ojos del otro.
Un día después de hartarse de escribir mensajes de vaho en el cristal, deciden emprender la huida, salir de los lados opuestos del cristal y acercarse, tocarse, olerse.
Las primeras exploraciones al cuerpo del otro, en el primer momento son torpes pero tienen magia suficiente para tapar todos los fallos, y al juntar sus palabras y sus pieles se crea una cadena de sentimientos que los une entre sí.
No tardan en llegar segundas y terceras huidas para encontrarse, motivadas cada una por razones distintas a las que alimentaba al principio la curiosidad.
La rutina se hace miembro entonces de la pareja, invisible detrás de el mismo cristal que antes los separaba, se oculta para no ser vista pero su aroma les impregna la ropa,la solución pudiera ser quitársela para librarse de la macabra faz de la rutina, pero esto supondría desnudarse ante el otro y es peligroso, puesto que intuyen ya que debajo de las ropas, lo que se esconde no es lo que parecía desde detrás del cristal.
Estos que se dicen palabras de amor, ahora a la cara, prefieren quedarse tal y como están, unidos por una cadena de sentimientos, se reconocen sólo ante ellos mismos que ya no es lo mismo, pero se miran y aun que no saltan chispas como al principio se encuentran a gusto mirándose tapados.
Pero la rutina tiene una carta en la manga, y abriendo un agujero en el cristal deja escapar una avispa de realidad desde su puño, la avispa tiene el camino claro, va derechita a ellos, la ven acercarse y antes de que llegue se desnudan para espantarla dando zarpazos al aire con sus ropas.
La avispa ya no es avispa, se derrite en masa que es más cemento, y se pega a sus cuerpos y a sus ropas, mientras ellos contemplan la realidad uno del otro.
No es que se vean feos, no porque no lo son, pero no hay belleza por más que la buscan, y sus olores ya no dan perfumes si se mezclan, y el cemento se les hace pesado, no les da margen para respirar.
Se miran y ya no ven nada de magia, ni tampoco están a gusto estando tan pegados y juntos por la cadena, intentan zafarse inútilmente cuando el otro no mira, pero la cuerda tiene elocuentes argumentos, y los mantiene atados.
Los que se decían amor, ya no se hablan, ni tampoco se miran, se esfuerzan por quitarse la cadena, pero es en vano, la rutina ya está presente, no se esconde, no tiene miedo de que la descubran, y la realidad los va llenando de cemento cubriendo la poca magia que pudiera quedar con un tono gris y olor a polvo mojado que les da fatiga.
La rutina está apunto de ahogarlos en cemento, cierra el grifo y afloja la cedena un poco entre sus cuerpos y deja totalmente libres a sus mentes, que se alejan uno del otro todo lo que pueden, su esfuerzo es en vano, no se alejarán ni un centímetro, que de la cadena de sentimientos ya no queda nada pero la rutina sustituye los eslabones de cariño y magia por otros de constumbre.
Amar a ciegas es amar a ideales ciegos, es estar amando sólo puesto que los ideales están fabricados con ideas, y las ideas no aman a nadie.
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